OPINIÓN
Economía venezolana: ¡un bicho raro!
Los restaurantes repletos, los delivery a tope, nuevas Apps comerciales por doquier y el inaudito nacimiento de nuevas empresas y resurrección de algunas que estaban bastante muertas, es un escenario que sorprende.
Estamos hablando de una economía muy particular, la nuestra, que en el 2020 apenas contaba con un PIB de 50 mil millones de dólares, tras una vertiginosa caída por la cuestionable administración gubernamental, las sanciones y la grave crisis hiperinflacionaria que padecimos desde el 2016. No olvidemos que el PIB venezolano en 2015 rondaba cifras de 316 mil millones de dólares.
Una economía a claras luces contraída comenzó a sentir algo de aliento el año pasado, cuando vimos un modesto crecimiento del 4%, prediciéndose una nueva expansión del 10% durante el 2022.
No obstante, lo afirmado, es sorprendente cómo un PIB todavía tan chico pudo traducirse en un ostensible aumento de consumo, particularmente notorio en Caracas.
Después del tsunami de la hiperinflación y la encerrona de la pandemia, hemos visto resurgir el trafico automotor, la gente moviéndose en las calles, los centros comerciales con locales nuevos y viejos -que vuelven a vender algo-, cadenas de farmacias y supermercados con anaqueles repletos y gente comprando; y los ya célebres bodegones, con una oferta de productos, nacionales e importados, digno del mejor Delicatessen de cualquier ciudad cosmopolita del mundo.
Con una recrudecida inestabilidad del suministro de agua, electricidad y combustible, los expertos en materia de mercado nos aseguran que el consumo aumentó en un 20% el año pasado, esperando este año, incrementos de entre 30% y 40%. Esto, a todas luces, no calza con el aumento del PIB antes mencionado.
Si bien lejos estamos de conquistar una estabilidad financiera, y contrariamente, consideramos que seguimos atravesando una grave crisis económica, social y política, la verdad sea dicha, el gobierno nacional se las ingenió para amainar la devaluación y extinguir la hiperinflación, dando espacio al sector privado para comenzar «a hacer sus pinitos», dentro de una nueva retórica política en virtud de la cual somos ahora una economía de mercado. Sin control de precios y un claro acercamiento al empresariado, nuevo y tradicional, el gobierno promete seguridad jurídica, que, encuentra correlato en la entrega de empresas del Estado al sector privado, así como devolución de expropiaciones a sus esquilmados dueños, como recientemente observamos con el regreso al grupo Cohen del Sambil de La Candelaria.
Sin embargo, las nuevas intenciones del gobierno, sumado a los importantes retornos sobre inversión que pueden obtenerse en Venezuela, hace que los grandes capitales extranjeros miren todavía con recelo y temor las posibles inversiones en el país. Este temor cada vez menos deriva de la inseguridad jurídica, y responde al miedo a las salvajes sanciones financieras y comerciales, que los gringos vienen imponiendo a nuestro país desde el año 2017.
¿Pero cómo se logró tan notorio incremento del consumo en un país en recesión? -Bueno, la explicación es bastante compleja y no existe una única respuesta para esto. Con un 55% a 60% de desempleo, pasamos a «navegar en el mar de la informalidad» y la gente como bien puede —la que puede—, se rebusca con todo tipo de iniciativa, emprendimiento, ejercicio de profesiones y oficios calificados o no, haciéndose de unos dólaritos para poder sobrevivir. A esto, se suman las subvenciones directas del Estado a través de las claps, y uno que otro bono, que mejoran la calidad de vida de nuestra población más vulnerable. Por otra parte, en el sector privado los sueldos comienzan a dolarizarse tímidamente, y el gran aparato estatal, que todavía carga con más de 2 millones de empleados, aumenta el salario mínimo de 1,7 a 45 dólares, en un esfuerzo sin precedentes para ver si la gente puede llevarse algo a la boca.
El permitir una dolarización de facto del país, que alcanza hasta un 80% de las transacciones comerciales, sin duda colaboró con la estabilización del valor del bolívar y el frenazo a la inflación.
El gobierno también ha hecho esfuerzos por rescatar la industria petrolera que, a principios de 2021, apenas producía 300 mil barriles por día, alcanzando una estabilización promedio de 700 mil barriles diarios a finales del año pasado. Para el 2022 el gobierno se puso la meta de aumentar la producción a 1,5 millones de barriles diarios, pero no se ha logrado superar la barrera del millón de barriles de forma estable, debido a falta de aditivos, problemas de funcionamiento en refinerías y empresas de servicios, explotación y producción.
A pesar de la incipiente activación de la empresa privada, seguimos siendo una economía que depende de las exportaciones del Estado, que sortea las sanciones financieras y el bloqueo comercial, para exportar crudo, oro, chatarra y otros pocos rubros, así como se beneficia de las crecientes remesas que aportan los más de 6 millones de migrantes venezolanos repartidos por el orbe. Entre pitos y flautas, en 2021, la balanza comercial nos muestra exportaciones por el orden de los 14 mil millones de dólares, que bien podrían duplicarse en 2022, si se logra incrementar la producción petrolera.
Dadas las sanciones financieras, el dinero que entra en Venezuela por concepto de exportaciones, llega al país en dólares o euros en cash, quedando atrapado en un sistema monetario y bancario que no cuenta con corresponsales extranjeros por lo que la fuga de capitales es realmente ínfima en comparación con el pasado. Esto se traduce, en una masa flotante de efectivo en divisas que puede contabilizarse cerca de 3 mil millones de dólares, y un circulante en bolívares, que, a fuerza de encaje bancario y disciplina fiscal, apenas supera la cifra de 1 millón de dólares al cambio paralelo.
Esta cantidad de divisas en cash, que terminan comportándose como una suerte de burbuja monetaria, pasan de mano en mano, en operaciones comerciales de compra y venta de productos y servicios. Lo descrito determina ciclos de rotaciones del dinero, de los cuales en su mayoría no queda traza en facturas o registros fiscales, que pueden llegar a generar un PIB subterráneo de unos 30 mil millones de dólares, que se suma al PIB nominal reportado. No estamos hablando de peccata minuta, ya que el PIB estimado para el 2022 en unos 60 mil millones de dólares, podría verse engordado a 90 mil millones, si tomamos en cuenta el fenómeno referido. De allí la sensación de mayor bienestar económico y el aumento del consumo observado en los últimos tiempos.
Si bien, lo referido actúa como una curita usada para sanar un mal mayor, no es para nada sustentable, ya que el floating monetario referido podría reventar de un momento a otro, ya sea a través de la fuga de capitales por frontera o el acercamiento de la banca internacional, si los gringos laxan las sanciones, lo que parece un hecho a futuro. Gracias a Dios.
El gobierno enfrenta junto al sector privado el reto de activar realmente el aparato productivo nacional, en una carrera de velocidad, no de fondo, para lograr estabilizar y efectivamente aumentar la producción petrolera, y acercar a inversionistas y empresas extranjeras de gran calado. Un ejemplo, puede ser Chevrón, que, según los entendidos, está muy cerca de obtener la licencia de la OFAC para reiniciar sus actividades en el país.
Lo anterior, se dice fácil, pero implica por parte del gobierno de una verdadera voluntad y ejecución política, así como de un esfuerzo mancomunado entre todas las fuerzas vivas del país, para comenzar a vender la marca Venezuela como destino incomparable de inversión. Lo que no es tarea fácil y hasta el momento ha arrojado exiguos resultados, tanto para el gobierno como para el sector privado.
En este punto de la historia, a nuestro modesto parecer, no caben agendas políticas, que lamentablemente siguen ocupando un sitial preponderante en la vida venezolana, no cabe oficialismo ni oposición, sino la única certeza de que si todos los ciudadanos nos avocamos a reconstruir la economía del país, esto redundará en el bienestar sostenible de nuestra gente, que bastante lo necesita.
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